Las infraestructuras electrónicas que mantienen conectado al mundo forman parte casi en su totalidad de empresas comerciales. Nuestras carreteras son de propiedad pública, pero nuestras autopistas de la información pertenecen a corporaciones privadas. Por ejemplo, parece ser que el Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno británico (GCHQ en sus siglas en inglés) en Cheltenham intervino los cables de comunicaciones de supercapacidad que atraviesan Reino Unido sobre la base de unos acuerdos secretos con las empresas propietarias. Según informaciones de The Guardian y The Washington Post, el programa Prism de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA) obtuvo la cooperación de Microsoft, Yahoo!, Google, Facebook, Skype, YouTube y Apple.
Todas estas compañías están interesadas en obtener toda la información posible sobre las personas que utilizan sus productos, pero para sus propios fines, no los del Estado. El motivo que dan para vigilarnos a todos, que es un motivo aceptable, es que desean proporcionarnos el mejor servicio. Me gusta que mis búsquedas de Google me ofrezcan los resultados más relacionados con lo que estoy intentando averiguar. Me gusta que Amazon me presente sin cesar sugerencias de libros que pueden interesarme porque suelen ser sugerencias bastante acertadas.
Pero existe también otra razón más preocupante. Muchas de estas empresas, sobre todo si no nos cobran directamente por el servicio que ofrecen, ganan dinero a base de vender nuestra información a los anunciantes. Cuanto más saben sobre nuestros hábitos, gustos y más íntimos deseos, mejor situadas están para ofrecernos como blanco al que dirigir una publicidad individualizada. Si hacemos, por ejemplo, una búsqueda con las palabras “pantera rosa”, a partir de ese momento no dejan de saltar anuncios de panteras rosas en nuestro ordenador.
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